dimecres, 14 de juliol del 2010

Lluvia.

Observo como formo parte de una pequeña nube, que probablemente desde allí abajo nadie ve. Observo como todas las otras nubes a mi alrededor crecen, como construyen sueños en cada cabecita que se tumba en el césped y las observa, como parejas de enamorados las contemplan imaginando así un corazón o las iniciales de cada uno de sus nombres, como ancianos protestan y se quejan porque hace muchos años, cuando ellos también imaginaban algún amor imposible o alguna ilusión inexistente, el cielo estaba mucho mas claro y podía contemplarse todos y cada uno de los detalles de nuestras nubes. Contemplo con nostalgia; se que no tardaré en bajar y empezar a robar sonrisas a todos estos que me vean, se que no tardaré en empezar a dibujar caras de enfado por haberse olvidado de ver la previsión meteorológica y haberse dejado la ropa tendida en el balcón.

Hace mucho frío, empiezo a temblar. Paulatinamente vamos descendiendo desde el cielo.

Una a una se encienden las farolas de esta oscura e inanimada ciudad, empezando a iluminar así un nuevo camino que tal vez alguien empiece a caminar.

Sigo observando como de costumbre, aunque todos los días observo una nueva historia. Veo a un niño pequeño, no debe tener mas de 4 años, llorando porque no le gusta mojarse y exigiéndole a su mamá que le lleve en brazos hasta casa. Una pareja que discute sin dejarse hablar, exigiéndose así algún tipo de explicación, alguna promesa rota o alguna mentira descubierta. Veo dos ancianos que se apresuran porque no se les moje la cena pre-cocinada que acaban de comprar. Hoy pueden hacer una excepción y hacer ver que no se acuerdan del colesterol. Veo una pareja de adolescentes frenéticamente enamorados que se despiden con un apasionado beso, al cual le sigue un enorme suspiro con el que intentan almacenar todo el aire de esta ciudad es sus pequeños pulmones, para congelarlo y así hacer eterno ese momento. Les parece que están volando y descendiendo de no saben muy bien donde, como yo.

Caigo. Reboto encima de la pequeña y respingada nariz de esa ilusionada chica, hacia el suelo, llevándome conmigo una pequeña y coqueta sonrisa.

He llegado donde no quería llegar. Aquí todo está frío, todo está oscuro. Veo muchísima gente correteando a mi alrededor. Avanzan, retroceden, gritan, se rien, lloran, cantan, saltan, y yo me quedo aquí, congelándome minuto tras minuto, sin avanzar, ni retroceder tampoco. Me siento sola y no me gusta, odio cuando llego a este punto en el que me doy cuenta de que la pareja de jóvenes enamorados no estaban tan enamorados como yo creía, sino que un cierto aire de conformidad y de mentira les rodea, de que los ancianos hoy tampoco van a poder olvidarse del colesterol, y que les seguirá hasta su último día, de que el niño de 4 años que gritaba ha empezado a patalear en una extraña rabieta llenando así a su madre de un espeso barro. De que la pareja que discutía aún grita más, hasta que ella ha roto a llorar y se ha marchado casi sin saber como colocar un pie delante de otro para poder correr.

Sigo teniendo frío, y sigo horrorizándome cada vez que me doy cuenta de la realidad. Ahora solo tengo que esperar unas horas más, intentando ignorar toda la farsa en la que me he metido.

Ansió la vuelta de mañana para volver a subir allí arriba, a un pequeño barco de nubes, para cuando esta rompa a llorar volver a descender iluminando así todos y cada uno de mis sueños.

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